En la pequeña industria tienen un dicho: “comerse los fierros”. Lo usan para indicar que se están gastando las estructuras de las máquinas en la producción, porque el negocio no da para más, y quienes lo administran no tienen cómo amortizar el capital. Exactamente lo que están haciendo los partidos de oposición y gobierno con el sistema político chileno: gastarse la estructura institucional de la República sin prever ni menos amortizar el ciclo de cambio, con reglas que garanticen el bien común.
No es poca cosa gastarse la economía, la paz social y, posiblemente, la estabilidad institucional del país —trabajosamente construidas en años pasados—, porque la actividad política no se centra en las demandas ciudadanas, sino en lucha por el poder.
Es útil reconocer que se ha terminado un ciclo político, deporte favorito de políticos y ex gobernantes. Pero más útil sería buscar respuestas a los nuevos desafíos, sin tratar de justificar lo que no se pudo hacer o no se hace, amparado en la culpa de los otros. En una sociedad desgastada por la desconfianza como la chilena, el poco espacio que queda debiera emplearse, con sinceridad y transparencia, en nuevas reglas del juego. No solo para devolver certidumbre a la política, sino hacer de ella un ejercicio de opiniones y propuestas y no de prejuicios.
Más allá de los contenidos cariñosos, su misiva es un testeo formal de plataforma política y temática para sellar el eje de oro de la Concertación que sería la alianza DC-PS. Ello debería imantar al resto de las fuerzas concertacionistas, y facilitar una nueva atmósfera política en la coalición e inhibir a los retadores que se multiplican por doquier.
En democracia la política es por definición dialógica. Un intercambio de opiniones y debates entre adversarios, no entre enemigos. No tiene novedad sostener que se está por el diálogo, porque es un contrasentido no estarlo y es una redundancia decir que uno sí lo está. Lo importante es enfocar sobre qué se desea dialogar, cuál es el propósito y cuál el escenario. Sobre todo, porque durante demasiado tiempo la arena pública nacional ha sido reemplazada por el espectáculo y las cocinas privadas, casi siempre a espaldas de la ciudadanía.
Si la gente hoy en el país, no vota pero sí se manifiesta masivamente en las calles, significa que la legitimidad de la agenda política está cuestionada, y que los ciudadanos están buscando visibilidad pública para sus demandas.
Esa publicidad proviene de una agenda transparente armada con cosas reales y no con ideología. De lo contrario sólo existirá el juego de las apariencias.
La percepción ciudadana es que hoy esto no ocurre. Lo que hay es una ideología del diálogo, mientras se ganan posiciones para otro libreto en pleno desarrollo: la elección presidencial. Todo sin mucha novedad, excepto la apelación genérica a la voz ciudadanía y a los movimientos sociales. Pese a que lo ocurrido en los dos últimos años hace pensar que estamos no solo frente a un cambio de ciclo político, sino ante la exigencia de un nuevo pacto constitucional.
Los diálogos absurdos entre los presidentes del Senado y el PPD a propósito de su giro a la izquierda, los mensajes conminatorios de tanto en tanto de la DC sobre la Concertación, sus acuerdos con RN y las disputas de esta colectividad con la UDI por la reforma al sistema electoral binominal, que se declara garante de una corte celestial, no parecen sino que son juegos de políticos. Todos sin mucho fondo y con perfume a elección presidencial, gestos y miriñaques, que harían las delicias de una corte renacentista.
Las nuevas etapas políticas de una sociedad requieren sinceridad, liderazgos y una dosis profunda de realismo e ideas. Más aún si, como en el caso de Chile, se enfrenta tempranamente una carrera presidencial desatada.
La última señal en ese escenario proviene de un actor potente: el saludo de la ex presidenta Michelle Bachelet a la Junta Nacional de la Democracia Cristiana.
Más allá de los contenidos cariñosos, su misiva es un testeo formal de plataforma política y temática para sellar el eje de oro de la Concertación que sería la alianza DC-PS. Ello debería imantar al resto de las fuerzas concertacionistas, y facilitar una nueva atmósfera política en la coalición e inhibir a los retadores que se multiplican por doquier.
Pero la postura sigue siendo elíptica y trae pocas novedades: sociedad más igualitaria, fortalecer la educación pública, aumentar la inversión en salud, y mejorar las condiciones del empleo, una verdadera reforma tributaria, cambios al sistema político por crisis de legitimidad, cambios al binominal, nueva ley de partidos, voto de los chilenos en el exterior, elección democrática en los gobiernos regionales y primarias como mecanismo de participación.
Sin embargo, no se debe mirar en menos el saludo, pues con todas las limitaciones que se le pudieran adjudicar pone una nota de mayor certidumbre al escenario, al menos temática, sobre lo que piensan los líderes de la oposición concertacionista.
0 comentarios:
Publicar un comentario